Crónica 17
Las
Catacumbas
Mi esposa y yo nos encontrábamos en Roma disfrutando de
unas cortas vacaciones. La mañana en que aconteció esta crónica salimos más
tarde que de costumbre de Casa Francis en dirección a la parada del autobús: después
de viajar cerca de 45 minutos llegamos a la estación de Termini, donde cogimos
el metro de la línea A, que nos dejó en la estación de San Giovanni. De
inmediato nos dirigimos hacia la parada del autobús 218, que pasa cerca de las
catacumbas, el cual abordamos.
La máquina se encaminó por la vía Apia, como a los veinte
minutos nos apeamos en la vía Ardeatina, frente a nosotros había una torre
rectangular con dos carteles, uno en los altos que decía: “Catacombe S.
Callisto”, y el otro más abajo, con la siguiente advertencia: “Entrata
Riservata alle Catacombe S. Callisto”, de inmediato comenzamos a caminar cuesta
arriba por la vía que conduce a las catacumbas. Ambos lados de la misma estaban
cubiertos por adelfas, aún sin florecer, más adelante; fueron unos pinos
esbeltos que querían llegar al cielo, mientras andábamos, al lado izquierdo
apareció un terreno baldío, al poco rato; un sembradío de olivares. Después, a
medio andar nos detuvimos para ver el jardín de una mansión. A los pocos
minutos continuamos caminando hasta que vimos una flecha que nos indicaba que
estábamos cerca de nuestro objetivo. Minutos después completamos los 900 metros
que nos separaban desde la parada del autobús hasta las Catacumbas de San Calixto.
A simple vista, el lugar apenas llamaba la atención, en
un lateral había una tienda de suvenires, y frente a la misma, una casa donde
se compran los billetes para entrar a las catacumbas. Lo cual hicimos, entonces
esperamos unos minutos hasta que llamaron a las personas que querían hacer el
recorrido con un guía en inglés, cinco minutos después hicieron lo mismo con
las que hablaban español: solamente habían dos personas en este pequeño grupo,
mi esposa y yo. Nuestra guía fue una simpática joven italiana, muy comunicadora
y amable, de nombre Linda, después de alabarle lo fluido que hablaba el
español, nos dijo que lo había aprendido en la universidad de Salamanca,
España.
Comenzamos nuestro recorrido, pero antes de penetrar al
cementerio sagrado, hizo una pausa para explicarnos el origen de las
Catacumbas. Cuando entras, de inmediato, te das cuenta que tú no eres quien
allí se encuentra, pues tu mente se traslada a un pasado tan lejano que…
—Bienvenido a nuestra morada, —escuché la voz de varias
personas, cuando levanté la vista vi entre ellas a dos Papas; Fabián y
Ponciano. Con la misma me incliné y a ambos les besé la mano, a su vez me
dijeron que continuara mi recorrido para que conociera a los verdaderos héroes
y mártires del cristianismo, lo cual hice.
Al rato de estar andando por entre los sepulcros
comenzaron a salir manos para saludarnos, aunque mi esposa no las veía y
tampoco los escuchaba. Yo me asusté, pero al instante me di cuenta que era la
gente de la cual me habían hablado los dos Papas. Muchos de quienes allí se
encontraban habían llegado por profesar la fe Cristiana, otros, porque les
había llegado su hora. En fin, todos querían dirigirse a mi persona, de vez en
cuando me detenía y les escuchaba, unas veces su calvario; otras, sus odiseas por
los caminos de la vida; otras, sus amores; y otras, su devoción por el Señor, y
así, yendo de un lado al otro, pregunté donde se encontraba Cecilia. De
inmediato, un joven de nombre Valeriano se acercó a mi y comenzó a contarme la
vida de la santa, la cual voy a contar tal y como la escuché.
“Corría los finales del año 230 de de la era cristiana,
cuando Cecilia, una joven bella, perteneciente a una familia acomodada había
abrazado la religión cristiana, semanas antes se había casado con un apuesto
joven, la noche de la boda, ella le confesó a él su fe, además de que había
hecho voto de castidad, lo cual él respetó. Tanto el esposo, como el hermano de
este, abrazaron el cristianismo. Al cabo del tiempo, el prefecto de Roma,
Turcio Almaquio los conminó a renunciar de su fe y como prueba de que tal cosa
haría les pidió que hicieran un sacrificio a un dios pagano. Ambos jóvenes se
negaron, por lo que fueron ejecutados. A los pocos días, a ella le hicieron el
mismo ofrecimiento, que también rechazó, por lo que la encerraron en un cuarto de
vapor para que muriera deshidratada mientras era martirizada se le apareció un
ángel que evitó que tal cosa sucediera, al saber el prefecto que la joven
seguía con vida, la condenó a morir decapitada en la casa donde vivía. El verdugo
tomó en sus manos el arma mortal, dejándola caer tres veces sobre el cuello de
Cecilia, no pudiendo cumplir su misión. En aquellos tiempos, las leyes paganas
no permitían que se les diera más de tres golpes a las personas que fueran a
ser ejecutadas, por lo que entonces, la encerraron en una habitación de su casa
y a los tres días falleció a consecuencia de las heridas recibidas.
Después de su muerte, ocurrida el 22 de noviembre del
230, su cuerpo fue llevado hacia las catacumbas y enterrado en un nicho, muy
cerca de la cripta de los papas, perdiéndose todo rastro de ella, hasta que el
papa Pascual I encontró el cuerpo, lo cual ocurrió al comienzo del siglo IX”.
Sin saber como, el joven desapareció de mi vista,
entonces me di cuenta que quien me había contado la vida de Cecilia era su
esposo.
En fin, después de mucho andar, tuve ante mi, un
encuentro con la Santa, tal parecía que nunca había partido. Llevaba puesto un
vestido blanco y de sus labios brotaba una agradable sonrisa, extendió su mano y
tuvo la mía entre las suyas por unos segundos, al momento una agradable paz
espiritual invadió mi cuerpo. Después de escucharla, cerré los ojos, de lo cual
parece que se percató, pues me dijo: “Gracias por venir y tenerme por siempre
en tu mente, desde aquí yo siempre oraré al Señor por ti y por quienes tu amas”
Le di las gracias por gesto tan puro, con la misma me dijo: “Te dejo que tengo
que irme a mi otro santuario, si no lo sabes, yo voy y vengo a este lugar cada
vez que alguien viene a visitarme, de lo contrario; me encuentro en la Iglesia
que lleva mi nombre en el Trastevere, por lo que te invito a que vayas a ella, y
sepas más de mi vida. Así que te veo pronto, digo, si es que aceptas mi
invitación”.
—Por supuesto, que nos volveremos a ver. Mañana iré a tu
encuentro. No te digo adiós, si no hasta pronto —le dije. Al girar la cabeza y
querer dirigirme una vez más a ella, no se encontraba a mi lado, quien si
estaba era mi esposa. Entonces volví a la realidad, pues yo había vivido un
sueño del cual no hubiera querido despertar. Antes de partir me dirigí de nuevo
a ella, pues sabía que aún me escuchaba: —Mañana estaré allí para que me sigas
contando tu vida—. Sin duda que ella asintió, pues no escuché más su voz.
Continuamos con Linda, nuestra guía; la cual nos
explicaba con lujo de detalles los lugares por donde pasábamos, al comienzo;
habíamos bajado al segundo nivel, recorriendo parte de los túneles. Salimos a
la superficie y la joven guía nos dio las gracias por haber visitado uno de los
lugares más sagrados de la Roma Cristiana.
Abandonamos el parque, después de tomar algunas fotos nos
dirigimos a la calle por donde habíamos venido, pero esta vez; en dirección
contraria, ya que desde la entrada de las Catacumbas de San Calixto hasta
llegar al lugar hay como un kilómetro, y al retirarnos; para llegar a la parada
del autobús unos doscientos metros. Al rato de llegar a la parada, apareció el
autobús 218, nos montamos y a los pocos minutos llegamos a la estación del
metro de San Giovanni. Subimos al mismo hasta apearnos en la estación de
Termini, allí abordamos el autobús 64 que nos llevó de regreso a Casa Francis.
Esa noche salimos a cenar y a dar una vuelta por la ciudad para disfrutar, por
un par de horas, el embrujo encantador de las noches de Roma. Una vez más
visitamos la Fontana de Trevi, después comenzamos a caminar hasta llegar a la
plaza de la Rotonda, atravesamos la plaza Navona, y a los pocos minutos
llegamos a la parada del autobús 64, en la vía Vittorio Emanuele II, apenas
había pasado media hora cuando llegamos a Casa Francis, nos acostamos, yo
apenas pude dormir, recordando el encuentro con la Santa y sobre todo; el nuevo
que tendría al siguiente día, no obstante, mis ojos se cerraron.
Apuntes de las Catacumbas
Durante el imperio romano, los paganos no enterraban a
sus muertos, sino que los incineraban, y mucho menos le permitían a los
cristianos hacerlo cerca de las ciudades, razón por lo cual familias adineradas
donaron varios terrenos en las cercanías de la vía Apia, para que estos últimos
pudieran darle cristiana sepultura a sus seres queridos. Las catacumbas son
excavaciones que se hicieron desde el siglo II de nuestra era hasta el V. Muchas
veces se les han confundido como lugares de refugio. En las mismas se oficiaban
misas, lo cual estaba prohibido por el imperio. Las más conocidas de las
catacumbas de Roma es la de San Calixto, que fue la unión de varias, la cual
tiene una extensión de unos veinte kilómetros, y llega a tener hasta tres
niveles. Se documenta que en sus nichos fueron enterrados más de medio millón
de personas, entre las cuales se encuentran varios papas y cientos de mártires.
Cuando uno entra en los subterráneos siente una gran paz
espiritual, fuera de toda comparación, los cuales dan la impresión de que están
climatizados.
En las catacumbas hay pinturas alegóricas al
cristianismo, sobre todo; los símbolos sagrados, entre los cuales están: la
paloma, el ancla, el buen pastor, el pez y otros.
Los subterráneos estuvieron abandonados cerca de mil
años, hasta que fueron redescubiertos en el 1819 por el arqueólogo Giovanni
Battista de Rossi.
La razón por la que los cristianos enterraban a sus
muertos y no los cremaban, está basado en hechos bíblicos, ya que Jesucristo
fue sepultado en una cueva, y resucitó.
Durante los primeros cuatro siglos del advenimiento del
cristianismo, la persecución contra los creyentes en Cristo fue brutal, la
misma estuvo vigente hasta que el emperador Constantino dictó un edicto, en el
cual se abolía la persecución de los seguidores de Cristo, ya que el emperador
había abrazado la fe Cristiana. A partir de entonces se enterraban a los
cristianos fallecidos en las iglesias y lugares sagrados.
En las catacumbas de San Calixto yace una cripta del
siglo III, donde fueron enterrados cinco papas mártires: Antero, Fabiano, Sixto
II, Lucio y Eutiquiano, muy cerca se encontraba el nicho de Santa Cecilia, la
cual estuvo en el lugar hasta que el papa Pascual I trasladó los restos de la
santa a la casa donde la joven había vivido durante su juventud, hechos que
ocurrieron en el año 821. Cecilia es la patrona de los músicos y había
fallecido por los golpes que recibió en el cuello al negarse a abjurar de su fe
cristiana.
Antes de ser inhumados, los cadáveres de los cristianos
se envolvían en un sudario. Entre los nichos se dejaban espacios disponibles
para colocar las lámparas en los túneles con el fin de iluminar el lugar,
algunas de las catacumbas tenían claraboyas para dar entrada a la luz.
Aproximadamente en el año 199 el papa Ceferino nombró a un diácono de nombre
Calixto para administrar las catacumbas, el cual, años después ocupó el trono
de San Pedro como Calixto I.
Uno de las interrogantes que siempre se ha preguntado el
hombre con respecto a las catacumbas es que: ¿cómo fue posible que el imperio
romano teniendo conocimiento de las mismas no las destruyó?
La razón estaba basada en una ley romana muy respetada,
la cual determinaba que el emperador era dueño de las vidas de sus súbditos,
pero después de la muerte, eran libres y podían ser enterrados en el lugar que
escogieran sus familiares, por lo tanto; nadie se atrevía a profanar las
tumbas, sea cual fuera la religión que se adoptó en sus exequias.
En el año de 1854 el papa Pio IX, fue el primer papa que
visitó las Catacumbas de San Calixto, después de su redescubrimiento,
acompañado por Giovanni Battista De Rossi. Mucho después lo hicieron Juan XXIII
y Pablo VI.
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