martes, 28 de octubre de 2014

CATACUMBA DE SAN CALIXTO

         Crónica 17
        Las Catacumbas 

            Mi esposa y yo nos encontrábamos en Roma disfrutando de unas cortas vacaciones. La mañana en que aconteció esta crónica salimos más tarde que de costumbre de Casa Francis en dirección a la parada del autobús: después de viajar cerca de 45 minutos llegamos a la estación de Termini, donde cogimos el metro de la línea A, que nos dejó en la estación de San Giovanni. De inmediato nos dirigimos hacia la parada del autobús 218, que pasa cerca de las catacumbas, el cual abordamos.
            La máquina se encaminó por la vía Apia, como a los veinte minutos nos apeamos en la vía Ardeatina, frente a nosotros había una torre rectangular con dos carteles, uno en los altos que decía: “Catacombe S. Callisto”, y el otro más abajo, con la siguiente advertencia: “Entrata Riservata alle Catacombe S. Callisto”, de inmediato comenzamos a caminar cuesta arriba por la vía que conduce a las catacumbas. Ambos lados de la misma estaban cubiertos por adelfas, aún sin florecer, más adelante; fueron unos pinos esbeltos que querían llegar al cielo, mientras andábamos, al lado izquierdo apareció un terreno baldío, al poco rato; un sembradío de olivares. Después, a medio andar nos detuvimos para ver el jardín de una mansión. A los pocos minutos continuamos caminando hasta que vimos una flecha que nos indicaba que estábamos cerca de nuestro objetivo. Minutos después completamos los 900 metros que nos separaban desde la parada del autobús hasta las Catacumbas de San Calixto.
            A simple vista, el lugar apenas llamaba la atención, en un lateral había una tienda de suvenires, y frente a la misma, una casa donde se compran los billetes para entrar a las catacumbas. Lo cual hicimos, entonces esperamos unos minutos hasta que llamaron a las personas que querían hacer el recorrido con un guía en inglés, cinco minutos después hicieron lo mismo con las que hablaban español: solamente habían dos personas en este pequeño grupo, mi esposa y yo. Nuestra guía fue una simpática joven italiana, muy comunicadora y amable, de nombre Linda, después de alabarle lo fluido que hablaba el español, nos dijo que lo había aprendido en la universidad de Salamanca, España.
            Comenzamos nuestro recorrido, pero antes de penetrar al cementerio sagrado, hizo una pausa para explicarnos el origen de las Catacumbas. Cuando entras, de inmediato, te das cuenta que tú no eres quien allí se encuentra, pues tu mente se traslada a un pasado tan lejano que…
            —Bienvenido a nuestra morada, —escuché la voz de varias personas, cuando levanté la vista vi entre ellas a dos Papas; Fabián y Ponciano. Con la misma me incliné y a ambos les besé la mano, a su vez me dijeron que continuara mi recorrido para que conociera a los verdaderos héroes y mártires del cristianismo, lo cual hice.
            Al rato de estar andando por entre los sepulcros comenzaron a salir manos para saludarnos, aunque mi esposa no las veía y tampoco los escuchaba. Yo me asusté, pero al instante me di cuenta que era la gente de la cual me habían hablado los dos Papas. Muchos de quienes allí se encontraban habían llegado por profesar la fe Cristiana, otros, porque les había llegado su hora. En fin, todos querían dirigirse a mi persona, de vez en cuando me detenía y les escuchaba, unas veces su calvario; otras, sus odiseas por los caminos de la vida; otras, sus amores; y otras, su devoción por el Señor, y así, yendo de un lado al otro, pregunté donde se encontraba Cecilia. De inmediato, un joven de nombre Valeriano se acercó a mi y comenzó a contarme la vida de la santa, la cual voy a contar tal y como la escuché.
            “Corría los finales del año 230 de de la era cristiana, cuando Cecilia, una joven bella, perteneciente a una familia acomodada había abrazado la religión cristiana, semanas antes se había casado con un apuesto joven, la noche de la boda, ella le confesó a él su fe, además de que había hecho voto de castidad, lo cual él respetó. Tanto el esposo, como el hermano de este, abrazaron el cristianismo. Al cabo del tiempo, el prefecto de Roma, Turcio Almaquio los conminó a renunciar de su fe y como prueba de que tal cosa haría les pidió que hicieran un sacrificio a un dios pagano. Ambos jóvenes se negaron, por lo que fueron ejecutados. A los pocos días, a ella le hicieron el mismo ofrecimiento, que también rechazó, por lo que la encerraron en un cuarto de vapor para que muriera deshidratada mientras era martirizada se le apareció un ángel que evitó que tal cosa sucediera, al saber el prefecto que la joven seguía con vida, la condenó a morir decapitada en la casa donde vivía. El verdugo tomó en sus manos el arma mortal, dejándola caer tres veces sobre el cuello de Cecilia, no pudiendo cumplir su misión. En aquellos tiempos, las leyes paganas no permitían que se les diera más de tres golpes a las personas que fueran a ser ejecutadas, por lo que entonces, la encerraron en una habitación de su casa y a los tres días falleció a consecuencia de las heridas recibidas.
            Después de su muerte, ocurrida el 22 de noviembre del 230, su cuerpo fue llevado hacia las catacumbas y enterrado en un nicho, muy cerca de la cripta de los papas, perdiéndose todo rastro de ella, hasta que el papa Pascual I encontró el cuerpo, lo cual ocurrió al comienzo del siglo IX”. 
            Sin saber como, el joven desapareció de mi vista, entonces me di cuenta que quien me había contado la vida de Cecilia era su esposo.
            En fin, después de mucho andar, tuve ante mi, un encuentro con la Santa, tal parecía que nunca había partido. Llevaba puesto un vestido blanco y de sus labios brotaba una agradable sonrisa, extendió su mano y tuvo la mía entre las suyas por unos segundos, al momento una agradable paz espiritual invadió mi cuerpo. Después de escucharla, cerré los ojos, de lo cual parece que se percató, pues me dijo: “Gracias por venir y tenerme por siempre en tu mente, desde aquí yo siempre oraré al Señor por ti y por quienes tu amas” Le di las gracias por gesto tan puro, con la misma me dijo: “Te dejo que tengo que irme a mi otro santuario, si no lo sabes, yo voy y vengo a este lugar cada vez que alguien viene a visitarme, de lo contrario; me encuentro en la Iglesia que lleva mi nombre en el Trastevere, por lo que te invito a que vayas a ella, y sepas más de mi vida. Así que te veo pronto, digo, si es que aceptas mi invitación”.
            —Por supuesto, que nos volveremos a ver. Mañana iré a tu encuentro. No te digo adiós, si no hasta pronto —le dije. Al girar la cabeza y querer dirigirme una vez más a ella, no se encontraba a mi lado, quien si estaba era mi esposa. Entonces volví a la realidad, pues yo había vivido un sueño del cual no hubiera querido despertar. Antes de partir me dirigí de nuevo a ella, pues sabía que aún me escuchaba: —Mañana estaré allí para que me sigas contando tu vida—. Sin duda que ella asintió, pues no escuché más su voz.
            Continuamos con Linda, nuestra guía; la cual nos explicaba con lujo de detalles los lugares por donde pasábamos, al comienzo; habíamos bajado al segundo nivel, recorriendo parte de los túneles. Salimos a la superficie y la joven guía nos dio las gracias por haber visitado uno de los lugares más sagrados de la Roma Cristiana.
            Abandonamos el parque, después de tomar algunas fotos nos dirigimos a la calle por donde habíamos venido, pero esta vez; en dirección contraria, ya que desde la entrada de las Catacumbas de San Calixto hasta llegar al lugar hay como un kilómetro, y al retirarnos; para llegar a la parada del autobús unos doscientos metros. Al rato de llegar a la parada, apareció el autobús 218, nos montamos y a los pocos minutos llegamos a la estación del metro de San Giovanni. Subimos al mismo hasta apearnos en la estación de Termini, allí abordamos el autobús 64 que nos llevó de regreso a Casa Francis. Esa noche salimos a cenar y a dar una vuelta por la ciudad para disfrutar, por un par de horas, el embrujo encantador de las noches de Roma. Una vez más visitamos la Fontana de Trevi, después comenzamos a caminar hasta llegar a la plaza de la Rotonda, atravesamos la plaza Navona, y a los pocos minutos llegamos a la parada del autobús 64, en la vía Vittorio Emanuele II, apenas había pasado media hora cuando llegamos a Casa Francis, nos acostamos, yo apenas pude dormir, recordando el encuentro con la Santa y sobre todo; el nuevo que tendría al siguiente día, no obstante, mis ojos se cerraron.

        Apuntes de las Catacumbas
            Durante el imperio romano, los paganos no enterraban a sus muertos, sino que los incineraban, y mucho menos le permitían a los cristianos hacerlo cerca de las ciudades, razón por lo cual familias adineradas donaron varios terrenos en las cercanías de la vía Apia, para que estos últimos pudieran darle cristiana sepultura a sus seres queridos. Las catacumbas son excavaciones que se hicieron desde el siglo II de nuestra era hasta el V. Muchas veces se les han confundido como lugares de refugio. En las mismas se oficiaban misas, lo cual estaba prohibido por el imperio. Las más conocidas de las catacumbas de Roma es la de San Calixto, que fue la unión de varias, la cual tiene una extensión de unos veinte kilómetros, y llega a tener hasta tres niveles. Se documenta que en sus nichos fueron enterrados más de medio millón de personas, entre las cuales se encuentran varios papas y cientos de mártires.
            Cuando uno entra en los subterráneos siente una gran paz espiritual, fuera de toda comparación, los cuales dan la impresión de que están climatizados.
            En las catacumbas hay pinturas alegóricas al cristianismo, sobre todo; los símbolos sagrados, entre los cuales están: la paloma, el ancla, el buen pastor, el pez y otros.
            Los subterráneos estuvieron abandonados cerca de mil años, hasta que fueron redescubiertos en el 1819 por el arqueólogo Giovanni Battista de Rossi.
            La razón por la que los cristianos enterraban a sus muertos y no los cremaban, está basado en hechos bíblicos, ya que Jesucristo fue sepultado en una cueva, y resucitó.
            Durante los primeros cuatro siglos del advenimiento del cristianismo, la persecución contra los creyentes en Cristo fue brutal, la misma estuvo vigente hasta que el emperador Constantino dictó un edicto, en el cual se abolía la persecución de los seguidores de Cristo, ya que el emperador había abrazado la fe Cristiana. A partir de entonces se enterraban a los cristianos fallecidos en las iglesias y lugares sagrados.
            En las catacumbas de San Calixto yace una cripta del siglo III, donde fueron enterrados cinco papas mártires: Antero, Fabiano, Sixto II, Lucio y Eutiquiano, muy cerca se encontraba el nicho de Santa Cecilia, la cual estuvo en el lugar hasta que el papa Pascual I trasladó los restos de la santa a la casa donde la joven había vivido durante su juventud, hechos que ocurrieron en el año 821. Cecilia es la patrona de los músicos y había fallecido por los golpes que recibió en el cuello al negarse a abjurar de su fe cristiana.
            Antes de ser inhumados, los cadáveres de los cristianos se envolvían en un sudario. Entre los nichos se dejaban espacios disponibles para colocar las lámparas en los túneles con el fin de iluminar el lugar, algunas de las catacumbas tenían claraboyas para dar entrada a la luz. Aproximadamente en el año 199 el papa Ceferino nombró a un diácono de nombre Calixto para administrar las catacumbas, el cual, años después ocupó el trono de San Pedro como Calixto I.
            Uno de las interrogantes que siempre se ha preguntado el hombre con respecto a las catacumbas es que: ¿cómo fue posible que el imperio romano teniendo conocimiento de las mismas no las destruyó?
            La razón estaba basada en una ley romana muy respetada, la cual determinaba que el emperador era dueño de las vidas de sus súbditos, pero después de la muerte, eran libres y podían ser enterrados en el lugar que escogieran sus familiares, por lo tanto; nadie se atrevía a profanar las tumbas, sea cual fuera la religión que se adoptó en sus exequias.

            En el año de 1854 el papa Pio IX, fue el primer papa que visitó las Catacumbas de San Calixto, después de su redescubrimiento, acompañado por Giovanni Battista De Rossi. Mucho después lo hicieron Juan XXIII y Pablo VI.











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