Crónica 18
Iglesia de Santa Cecilia
Nos levantamos temprano, como de costumbre, desayunamos y
echamos a caminar hasta llegar a la vía de Lungotevere in Sassia, donde cogimos
uno de los autobuses que se dirigen al Trastevere, después de varias paradas,
llegó la nuestra. De inmediato preguntamos donde se encontraba la iglesia de
Santa Cecilia, a pasos lentos, pero continuos íbamos atravesando las
adoquinadas y estrechas calles, en una de ella vimos una tienda, y en la pared
de la misma un perro amarado a una cadena, la cual estaba sujeta a un eslabón
que colgaba de la pared y, debajo un letrero que decía: “Dog parking” —parqueo para perros —. Llegamos al lugar, de
inmediato te encuentra con un pequeño parque, en cuyo lateral hay dos
edificios, y en entre ambos: una fuente, dentro de la misma un cántaro romano,
al fondo; la iglesia de Santa Cecilia.
Entramos y le dimos las gracias a Dios por permitirnos
estar en tan sagrado lugar. Comenzamos el recorrido mirando hacia el techo de
la basílica, al bajar la vista, frente a nosotros, como si estuviera durmiendo
se encontraba una bella escultura de la santa reposando debajo del altar. Ella
tenía los dedos de su mano derecha en la misma posición de la santísima
Trinidad, en su cuello se veían las marcas del verdugo, y su cuerpo tal parecía
que tenía vida, no sé como sucedió pero a mis oídos escuché una voz que me
dijo: “José Luis, yo si tengo vida, mi cuerpo ya no existe, digo, solo en esta
forma que me ves, pero mi espíritu está eternamente vivo”. Entonces me di
cuenta que era verdad, pues ella estaba allí en cuerpo de mármol, pero en
espíritu de vida, y de nuevo se había hecho presente para continuar contándome
su vida, lo cual había comenzado la tarde anterior en las catacumbas de San
Calixto. Se hizo un silencio sepulcral, sin embargo; una vez más se dirigió a
mi, y me dijo: “Este no es el momento para continuar nuestra conversación.
Cuando bajes donde están mis restos mortales, en la cripta de la galería, allí
te narraré el resto de mi historia. Quiero que tan solo tu esposa y tú estén
presentes, pues en esta oportunidad ella también podrá ver mi presencia y
escuchar mi voz, aunque no lo quieras creer, no todos creen que el martirio que
sufrí en el mundo de los vivos fue real. Así que les espero” —me dijo antes de
que su voz desapareciera de mis oídos.
Margarita y yo seguimos recorriendo la iglesia, en uno de
las paredes estaba la tumba del cardenal Paolo Emilio Sfondrati, a su derecha;
la del cardenal Adam de Hartford. En el techo, un fresco de Santa Cecilia en la
Gloria; en fin, cualquier lugar que dirigíamos la vista, el hombre dejaba
rastro de su unión con Dios. Después subimos unos cuantos escalones, pagamos
dos entradas, entonces bajamos a los subterráneos, en los cuales había varios
nichos, hasta que tuvimos un nuevo encuentro con Cecilia.
Al llegar al lugar la vimos, estaba más bella que nunca,
tal parecía que se encontraban en tiempo presente. De su cabeza había
desaparecido el velo que la envolvía, y las heridas del cuello estaban
cicatrizadas.
En el lugar había varias sillas donde se sientan los
creyentes, mientras se oficia la misa. Nosotros nos mantuvimos de pie, pues
queríamos llenar nuestras almas con la paz que existía en el lugar, nadie más
estaba presente, por lo que la santa se dirigió a nosotros continuando el
relato de su vida y muerte, comenzado el día anterior en las catacumbas.
“Como ya les dije, mi alma y mi cuerpo se separaron
porque el prefecto de Roma así lo dispuso. Yo acepté a Cristo en mi corazón, y
Él me dio fuerza y valor para soportar todos los tormentos que ya conocen.
Después de expirar, llevaron mi cuerpo hacia las catacumbas y por mucho tiempo
no se supo de mí, pero yo quería que la humanidad supiera mi verdad, que
supiera que yo la puedo acercar al Señor si creen el Él, es por eso, que muchos
años después de mi partida me le aparecí al Papa Pascual I en sueño, al cual le
informé donde se encontraba mi nicho, quien, fue a mi encuentro. Sacó mi cuerpo
de donde estaba, y lo trasladó a está iglesia donde me encuentro ahora, por
cierto, no fue la original, en fin; colocó mi cuerpo en un sitio resguardado
para que nadie profanara mi tumba. Así el tiempo pasó, y un día salí de nuevo a
la luz. En las nuevas excavaciones que se hicieron en la iglesia en el año de
1599, apareció una caja de madera y dentro: un féretro, en el cual estaba mi
cuerpo intacto, en la misma posición que han visto en el altar mayor. Aquello
fue un milagro del Señor, el que yo haya conservado mi cuerpo tal y como me
dejaron cientos de años atrás. En fin, me nombraron patrona de la música, pues
en mi boda yo había cantado de felicidad”. La santa hizo una pausa a la vez que
continuó.
“Ya conocen mi vida material y espiritual, solo quiero
pedirles un favor” —hizo una nueva pausa y siguió—. “Cuando abandonen este
templo, no digan que yo estoy muerta, anuncien que estoy eternamente viva en el
corazón de quienes me aman. Que la muerte no existe, que lo que existe es un
cambio de la vida material a la vida eterna. Canten al mundo que el Señor
siempre estará con vosotros, tal y como siempre lo ha estado conmigo. Anuncien
que cuando se muere en Fe, aunque no sea en nuestra creencia, se vive en Fe, y
que solamente hay un Dios para todos, que es un Dios de amor y que siempre nos
acompañará en los caminos de luz y también en los caminos de espinas”.
Segundos después, la santa despareció de nuestra vista,
por lo que Margarita y yo abandonamos el templo, más felices que nunca, pues de
nuevo, habíamos estado en uno de los lugares sagrados donde el hombre deja de
ser, para acercarse al creador.
Apuntes de la Iglesia de Santa
Cecilia
La iglesia de Santa Cecilia está en el barrio del Trastevere,
la cual se construyó en diferentes épocas, la primera en el siglo V, después en
el año 822. En el 1724 se le hicieron reparaciones, también en 1742 y en 1823.
En esta iglesia se encuentran los restos mortales de Santa Cecilia, y una bella
escultura del escultor Stefano Maderno, representando la Santa en la misma
posición en que se encontró su cadáver cuando se abrió el féretro el 20 de
octubre de 1599. En el techo de la iglesia hay un fresco de Santa Cecilia en la
gloria, del pintor Sebastiano Conca. En la iglesia hay varias tumbas, entre las
que se cuenta la del cardenal Adam de Hartford. En las capillas hay frescos de
una belleza inigualable, entre los que sobresale la degollación de Santa
Cecilia. La cúpula está adornada con pequeños mosaicos, teniendo en el centro
al Salvador, rodeado de personas. A su vez, el tabernáculo está compuesto por
cuatro columnas y cuatro zócalos que sostienen la estatua de la Santa.
La tumba de Santa Cecilia está en los subterráneos.
Frente a la misma hay un pequeño espacio donde se oficia misa. En cuanto al
campanario, está compuesto de dos niveles, pertenece a la época medioeval, y
tiene una pequeña inclinación, aunque no hay peligro de que se venga al piso.
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