Crónicas 15
Giordano Bruno y el Barrio
Judío
Eran cerca de las ocho de la mañana cuando salimos de
Casa Francis en dirección hacia la estación de San Pietro, paso a paso subimos
la pequeña cuesta que nos separaba de la parada del autobús 64. Al llegar,
esperamos varios minutos hasta que por una esquina apareció: después de
detenerse, un grupo de pasajero se apearon, los cuales, en su inmensa mayoría
se dirigieron hacia la estación de trenes, para tomar uno que los conduciría a
destino. A su vez, mi esposa y yo, al igual que otras personas abordamos el
autobús, apenas dos minutos, este se puso en macha, había recorrido unos cien
metros cuando giró hacia la izquierda, adentrándose por la vía della Fornaci.
Según se detenía, se fue llenando de pasajeros, hasta que atravesó un túnel,
después el puente Vittorio Emanuele II, el cual pasa sobre el río Tíber,
teniendo a ambos lados, inmensos árboles conocidos como platanis, dando al
entorno un espectáculo maravilloso. Tres paradas más y nos apeamos en la de la
Iglesia de San Andrea della Valle, con la misma comenzamos a caminar por una
estrecha calle, preguntando de vez en cuando, donde se encontraba la plaza
Campo de Fiori. Al obtener respuesta, seguíamos nuestro recorrido. Según nos
acercábamos al lugar yo sentía que el calor comenzaba a subirme por el cuerpo.
Al llegar a la plaza la temperatura era asfixiante, no prodigado por el astro
rey, si no; por los leños que aún estaban encendidos en mi mente, y en el
centro de la misma un hombre dando gritos. Hombre estoico que retaba a la
iglesia cristiana de aquella época. Poco a poco las llamas fueron dando cuenta
de Giordano Bruno: religioso, filósofo, astrónomo, poeta y profesor
universitario; en fin, un genio demasiado avanzado para la época de barbarie
que vivía la humanidad cristina de aquellos tiempos.
Él, con sus teorías acerca de la infinidad del espacio,
el movimiento de los astros y la existencia de muchos sistemas solares, lo
condujeron a una muerte horrible: lo acusaron de blasfemia, herejía, pertinaz,
impenitente y otros cargos. Estuvo preso durante ocho años, hasta que fue
juzgado y condenado a morir en la hoguera, pasando por el tránsito de la vida a
la muerte el 17 de febrero de 1600. Muchos años después, en el medio de la
plaza yace su figura cubierta por una capa oscura, la cual apenas deja ver su
rostro, y no muy lejos, retorciéndose en el infierno, quienes lo llevaron al
martirologio, entre los que se encuentran prelados, cardenales y hasta el papa
Clemente XIII, quien ordenó que fuera sometido a juicio. El cual estuvo a cargo
de Roberto Francisco Rómulo Belarmino, que por cierto, en la ciudad de Miami,
en el estado de la Florida, hay una iglesia que lleva su nombre. El nombre de
un fiscal inquisidor que mandó a la hoguera a mucha gente. Belarmino fue
beatificado y canonizado por el papa Pío XI en 1930. Sin dudas que en el
infierno también se encuentra Giovanni Mocenigo, noble veneciano y supuesto
amigo de Giordano, quien lo había hecho venir del extranjero prometiéndole que
nada le pasaría, pero el cobarde, al poco tiempo que Giordano puso pie en territorio
romano lo entregó a las hordas inquisidoras.
Yo observaba la plaza y aun veía salir el humo de la
hoguera y, hasta a mi olfato llegó el olor de carne quemada, entonces miré
hacia su rostro para darle las gracias por haber existido, sobre todo; por ser
él como había sido. Muchos hemos aprendido de su legado, no obstante; su voz
retumbará por siempre en las almas, si es que la tuvieron, de aquellos hombres
malditos, que cuando alguien se les oponía, o no estaba de acuerdo con sus
ideas lo acusaban de hereje y le daban candela. Pobres de ellos, pues Giordano,
hoy en día, está y estará por siempre vivo en el corazón de sus compatriotas
romanos, y por qué no decir; de toda la humanidad, mientras ellos han
desaparecido y ni rastro queda, digo; tan solo queda en la mente de los hombres
libres el daño que hicieron.
Después de estar varios minutos en el lugar, nos
dirigimos a una de las carpas donde se vendían flores, compré varias y las puse
al pie de la estatua, al hacerlo; miré hacia arriba y vi como la capucha que
cubría el rostro de Giordano, se corrió hacia un lado, brotando de sus labios
una sonrisa por lo que sin duda, fue de su agrado el que de nuevo pudiera estar
en contacto con los colores vivos de la naturaleza. A su vez; yo también
sonreí, mi esposa que estaba a mi lado me vio feliz, ella pensaba que era
porque estábamos disfrutando de nuestras vacaciones en Roma, más no era eso,
sino; era que mi alma y la de Giordano tuvieron un pequeño encuentro. Él
permanecía allí, estático, viendo lo que sucedía a su alrededor, e incluso;
escuchando la música que le llegaba de varios lugares de la plaza, a su vez;
Margarita y yo continuamos viaje hacia las entrañas del barrio judío, no sin
antes levantar mi mano para decirle adiós, de nuevo la capucha volvió a su
lugar. En tanto, en la plaza quedaba la oscura estatua recordándonos que no por
matar un cuerpo, pudieron exterminar sus ideas.
Mientras nos alejábamos, yo afinaba mis oídos con el fin
de escuchar a Giordano, y cual sorpresa, al poder escuchar sus últimas palabras
en el mundo de los vivos. “Temblad más vosotros al anunciar esta sentencia que
yo al recibirla”. Fue expulsado de la iglesia y sus trabajos fueron quemados.
No obstante; sus obras serán eternamente siempre. Momentos antes de subir a la
hoguera se le ofreció un crucifijo para que lo besara, rechazándolo, pues
prefería morir como un mártir, ya que estaba convencido de que su alma subiría
junto con el fuego al paraíso.
Mientras nos acercábamos al barrio judío, mi esposa, de
vez en cuando, se detenía para entrar en algunas de las tiendas que se
encontraban a nuestro paso, especialmente donde se ofertaban carteras, más los
precio, ¡hay los precios!, eran tan exorbitantes que nada compró, por lo que
seguimos caminando hasta que llegamos a la plaza Mattei, donde para sorpresa
nuestra nos encontramos con la fuente de las tortugas, las cuales daban la
sensación de que le temían al agua, pues a punto estaban de caer desde lo alto.
La fuente está sostenida por cuatro efebos, los que a su vez tienen un pie
apoyado sobre cada uno de los cuatro delfines que se encuentran en el agua.
Allí dejamos a las tortugas sin socorrerlas, pues habíamos continuado nuestra
aventura. De vez en cuando nos deteníamos y le preguntábamos a algunos de los
transeúntes que se encontraban a pasos de nuestro sonido de voz, donde estaba
el templo judío, y así, pasos a la derecha, pasos a la izquierda, nos fuimos
acercando a la Sinagoga, la más grande de Italia, al verla: quisimos entrar,
pero se encontraba cerrada debido a la hora en que llegamos, por lo que tan
solo nos conformamos con tomar algunas fotos del exterior; no muy lejos se
encontraban las ruinas del teatro Marcelo. Mientras permanecíamos en los
alrededores de la sinagoga le preguntamos a un señor donde estaba la Bocca della
Veritá. Nos explicó que se encontraba en el pórtico de la iglesia de Santa
María en Cosmedin, también le pedimos que nos indicara como llegar al templo de
Hércules. Afablemente nos informó que estaba a pocos pasos de la iglesia y que
muchos los confundían con el templo de Diana. En fin, caminamos unos cien
metros, dejando atrás la sinagoga, a pocos pasos de la misma bajamos una
pendiente, y ante nosotros apareció el templo. Nos detuvimos, y ante mis ojos,
como por arte de magia, al cielo se elevó una enorme figura, como retándonos.
Era Hércules, más como nosotros éramos gente pacíficas…, a los pocos minutos
desapareció. Tomamos fotos del lugar y nos dirigimos hacia la iglesia para ver
la Bocca della Veritá, cuando apenas habíamos recorrido unos pocos metros,
llegamos, pero al ver que había una larga fila de turistas, en las afueras para
entrar, desistimos de nuestras intenciones; entonces comenzamos a caminar hasta
adentrarnos por otra de las callejuelas del barrio, pero como el hambre hacia
estrago en nuestros estómagos, hicimos parada en un restaurante, donde
almorzamos; después, seguimos nuestro andar y al doblar en una de las calles,
ante nosotros, brillando como una luna llena, se empinaba hacia el cielo el
monumento de Vittorio Emanuele II, después de tomar fotos y videos continuamos
nuestro paseo hasta detenernos en la parada del autobús 64, el cual abordamos
y, media hora después estábamos de regreso en Casa Francis, nos bañamos y
descansamos un rato. Ya, en horas del crepúsculo, salimos a cenar y a dar una
vuelta por la ciudad para admirar sus monumentos e iglesias en la luz de la
noche. Sobre las diez, regresamos e hicimos comunicación con nuestra hija en la
Florida, con la cual hablamos, después nos acostamos para recibir el nuevo día
que nos esperaba, ya que mucho era lo que teníamos que ver y andar. Apagamos la
luz, nos dormimos hasta que el campanario de la iglesia de Nuestra Señora de la
Fornaci nos despertó con el agradable tañido de sus campanas, anunciándonos que
Roma era nuestra si sabíamos como conquistarla.
Apuntes de
Giordano Bruno y del Barrio Judío
Corría el año de 1555 cuando el papa Pablo IV expulsó a
los judíos de Roma, enviándoles a una zona amurallada en las afueras de la
ciudad, donde tan solo había tres puertas, las que permanecían cerradas durante
la noche.
Se dice que el gueto se creó para proteger a los judíos,
pues muchas veces eran atacados por las hordas cristianas, aunque estaban
sometidos a las altas y bajas del papado.
En el año de 1870 fue abolido y las murallas que lo
rodeaban echadas abajo. A los judíos se les permitió asentarse donde lo
desearan. Treinta años después de la abolición del gueto ellos construyeron, lo
que es hoy en día, la sinagoga mayor de Italia y la más antigua del mundo
occidental. Después de la unificación del país, el rey Víctor Manuel II les
otorgó la nacionalidad italiana.
En 1986 el papa Juan Pablo II visitó la Sinagoga, siendo
el primer papa que visita una sinagoga desde la época de los apóstoles,
marcando el inicio del abrazo entre ambas religiones.
No muy lejos del barrio judío se encuentra la iglesia de
Santa María en Cosmedín, la cual tiene en el Pronaos una escultura redonda con
cara de viejo, donde los ojos, la nariz y la boca están huecos, esta piedra es
conocida como la Boca de la Verdad. Aún se desconoce la razón de su origen,
aunque se cree que fue la tapa de una alcantarilla. La leyenda dice que quien
miente y mete la mano dentro de la boca, la pierde.
La iglesia pertenece a la época medioeval, y se construyó
en lo que hoy se conoce como el Foro Boario. En esta iglesia se eligieron a los
papas Gelasio II y Celestino III. Su campanario se ve desde varios puntos de la
ciudad. Fue el más alto construido en la antigüedad.
En el foro Boario también se encuentra el templo de
Hércules. De forma redonda y estilo griego, rodeado por columnas de casi once
metros de alto. Se supone que su construcción data del año 120 antes de nuestra
era, tiene un diámetro de 14.8 metros, aunque es de notar que su techo de tejas
no es el original. Este domo es el edificio más antiguo que existe en Roma. En
esa época los cristianos destruyeron casi todos los monumentos paganos, o los
convirtieron en iglesias, por suerte; esto último fue lo que sucedió con este
maravilloso templo, ya que en el año 1132 fue convertido en iglesia, no
obstante en el 1475 se le hicieron nuevas restauraciones, y en el siglo XVII
fue dedicado a Santa María del Sole. En 1935 fue declarado monumento antiguo.
Otros de los lugares interesantes, no muy lejos del
barrio judío, se encuentra la plaza del Campo de Fiore, en cuyo centro se
levanta la estatua de Giordano Bruno. Este es un personaje muy interesante en
la historia de Roma, ya que es considerado uno de los propulsores del gran
avance científico dentro de las naciones católicas. En 1565 ingresó en la Orden
de los Dominicos, después en las filas del Calvinismo, pero al tener grandes
discrepancias con Calvino, se separó de él. Giordano fue secretario del
embajador de Francia en Londres, profesor de la universidad de Paris. Enseñó
filosofía en la universidad de Wittenber, escribió varia obras, entre las que
se destaca. “La cena de las cenizas”.
En el año de 1593 fue encarcelado debido a sus ideas y
ocho años después, el 17 de febrero de 1600 murió en la hoguera a manos de los
inquisidores.
No muy lejos, dentro del barrio judío, en la plaza
Mattei, se encuentra la fuente de las tortugas, la que originalmente fue
diseñada para soportar ocho delfines, pero como no había la suficiente presión
de agua, el proyecto no se pudo llevar a hecho en la forma concebida
originalmente. Tan solo se colocaron cuatro, esta fuente es obra del arquitecto
Giacomo della Porta.
Lo más llamativo de la fuente son las cuatro tortugas,
las cuales no estaban en el diseño original, pues se añadieron, muchos años
después, a petición del papa Alejandro VII, se supone que fueron hechas por
Bernini.
En el año de 1979,
se robaron una, por lo que para evitar que el mal se repitiera, hicieron
copias, que son las que actualmente se encuentran adornando la fuente.