Crónica 2
Plaza
Venezia
La mañana estaba algo fresca cuando llegamos a nuestro
destino, de inmediato Roma nos abrió sus puertas para que fuéramos parte de
ella. Habíamos hecho un viaje directo desde Miami, vía Alitalia. Al llegar a
nuestro hotel —Bed and Breakfast— fuimos recibido por Cesar, un hombre joven de
nacionalidad Rumana, el cual se esmeró en atenciones para con mi esposa y
conmigo. Después de acomodarnos y cambiarnos de ropa le hicimos algunas
preguntas con respecto a la ciudad, minutos después nos dirigimos a la estación
de San Pietro, donde compramos dos boletos tan solo para un día; a fin de tener
acceso a los medios de transportes de la ciudad, apenas cinco minutos después
abordamos el autobús 64, —conocido como el autobús de los turistas—, el cual,
en su trayectoria pasa por muchos de los lugares más importantes de la capital,
tal es, que lo deja a uno a menos de diez minutos —caminando—, de monumentos,
ruinas, iglesias y plazas; teniendo su última parada en la estación de Termine,
lugar desde donde salen decenas de autobuses hacia todos los puntos cardinales
de Roma. Desde la misma estación se pude abordar uno de los muchos trenes que
se dirigen a otras ciudades del país. En nuestro caso, después que subimos al
autobús y viajamos cerca de media hora nos apeamos en la plaza Venecia, durante
el trayecto, mis ojos miraban hacia todas partes, queriendo adivinar que se
escondía detrás de cada muro o edificio que íbamos viendo, lo primero que nos
llamó la atención fue la cúpula del Vaticano, la cual se esforzaba por llegar
al cielo, con tal de ser vista desde todas partes de Roma. De inmediato,
atravesamos el puente de Vittorio Emanuele II sobre el rio Tíber, apenas a cien
metros, se levantaba el majestuoso y milenario castillo de San Ángelo, con sus
paredes terracotas y sus historias de crímenes, pasión y muerte, y desde su
boca tomaba vida el puente del mismo nombre, el cual está protegido, a ambos
lados, por enormes estatuas. Al rato, después de hacer algunas paradas, el
autobús se detuvo en la plaza Largo di Torre Argentina, lugar desde donde sale
otro de los trenes que va hacia las afuera de la ciudad. Algunas parada más y
llegó la nuestra. Nos apeamos en la plaza Venecia. Ante nosotros se erguía
majestuoso el monumento del rey Vittorio Emanuele II. Muchos eran los turistas,
que igual que nosotros, habían llegado al lugar y, todos sin excepción, tenían
prestas sus cámaras para sacar las mejores fotos y llevarlas de regreso a sus
hogares.
Mientras yo contemplaba el monumento, mi esposa se sentó
en uno de los muros que se encontraban en el lugar; entonces quise entrar para
ver la llama del soldado desconocido y darle las gracia al rey Vittorio por
hacer posible mi visita a Roma. No sé que fue lo que sucedió, pues al mirar una
vez más la estatua del rey montado en su corcel, me di cuenta de que hizo un
pequeño gesto con su cabeza invitándome a que dejara mi cuerpo afuera del
recinto y entrara en alma, lo cual hice. Tal vez yo haya sido la primera
persona que ha podido tener un coloquio con él después de su partida del mundo
de los vivos.
Segundo después de entrar, quise rendirle reverencias, al
darse cuenta de mis intenciones me dijo que eso estaba bien para el mundo de
los vivos, pero no para el mundo de las almas puras, por lo tanto; me erguí y
miré hacia su rostro, el cual había tomado vida, a la vez que me preguntó cuál
era mi intención en ir a visitarlo.
—He oído tanto de usted y de sus heroicas batallas, que
estoy convencido de que no estar a su lado sería lo mismo que nunca haber
llegado a Roma —le contesté.
—¿Además de visitarme, que otro interés te mueve en haber
llegado hasta este lugar? —quiso saber.
—Conocer su vida por voz propia —le aseguré.
—Si es así, comenzaré por decirte que el Señor me
protegió en las batallas en las que participé para lograr lo que actualmente
existe. La Italia unificada. Quiero que sepas que cuando mis propósitos fueron
cumplidos, partí del mundo de los vivos y aquí me tienes, montado sobre mi caballo
dispuesto a tomar de nuevo la espada, si fuera necesario, pues uno nunca sabe
cuando surgirán los traidores, aunque tengo absoluta confianza en el pueblo
romano y en todos los italianos. Estoy convencido que ellos se encargarán de
barrerlos, si es que se atreven a asomar las narices.
—Ahora me gustaría conocer acerca de sus épicas batallas
y como es que logró unir a tantos pequeños reinos en la Italia que hoy en día
existe —le pregunté.
—En parte se lo debo a mis amigos Garibaldi y al conde
Cavour. Ambos tuvieron mucho que ver en la unidad de Italia, pues ellos, con su
coraje, entereza y diplomacia lograron muchas de las victorias que hizo posible
la unificación de nuestro país. Garibaldi y Cavour luchaban por una Italia
unida, mientras mis soldados y yo hacíamos otro tanto, hasta que un día
nuestras fuerzas se unieron y los enemigos fueron derrotados, y no creas que
nuestros enemigos eran los soldados del enemigo, no, mil veces no: eran los
burgueses que querían mantenerse en el poder a costa de la sangre del pueblo
italiano, pero con el coraje y valor de nuestros hombres logramos borrarlos de
la historia y tan solo se les nombra como algo que existió para recordarnos que
la Italia de hoy en día permanece unida, fuerte e invencible.
—Gracias por sus palabras —le dije después de una pausa—.
Quisiera seguir conversando con usted hasta que mi cuerpo también se convierta
en alma eterna.
—Lo sé —me dijo—, pero no es el momento, tu esposa te
está esperando. Ve a su lado para que disfrute de Roma, de sus bellezas y de su
historia; después, tal vez en otra oportunidad continuemos nuestro coloquio,
por lo tanto, te deseo que disfrute de cada pedacito de historia, por cierto,
no dejes de visitar la Iglesia de los Mártires, o si quieres llamarla de otra
forma, el Panteón de Agripa, allí están mis restos mortales, sin embargo; mi
alma está en esta plaza junto al soldado desconocido.
Con la misma me di cuenta que jinete y bestia habían
vuelto a su posición normal, por lo que poco a poco pude volver a mi cuerpo y
acercarme a mi esposa, a lo lejos vimos el Coliseo Romano, el cual parecería
que nos estaba llamando.
Apuntes de la Plaza Venecia
La plaza Venecia está localizada en el centro de Roma, a
los pies de la colina Capitolina. Podría decirse que forma parte del Foro
Romano por lo cerca que está. Antiguamente, en el lugar existía la plaza de San
Marcos. El nombre actual le proviene porque el Papa Pío IV donó los terrenos a
la república de Venecia, quienes construyeron en el lugar, lo que hoy en día se
conoce como el palacio de Venecia, del cual la plaza tomó su nombre. En el
lugar existían muchos edificios medioevales, los que fueron derribados para dar
espacio a la construcción del monumento de Vittorio Emanuele II, —primer rey de
Italia—, el cual es uno de los lugares más visitados por los turistas. El
monumento se hizo para conmemorar el cincuenta aniversarios de la unificación
de Italia.
En el año 1885 comenzó su construcción y se terminó en
1911, aunque años después, en 1921, se le agregó la tumba del Soldado
Desconocido, la cual está a los pies de la Diosa Roma y a ambos lados de la
misma se encuentran dos bajos relieves, el del Triunfo del Amor Patrio y el del
Triunfo del Trabajo.
El monumento está hecho de mármol blanco, y aparenta la
forma de una máquina de escribir, su diseño se debe al arquitecto Giuseppe
Sacconi, quien falleció antes de ver terminada su obra. En lo alto del edificio
hay dos cuadrigas guiadas por la Diosa Victoria, las que representan: la de la
izquierda, la Unidad; y la de la derecha, la Libertad. Más abajo está la
estatua ecuestre del Rey Vittorio Emanuele II, hecha de bronce. Dos leones
alados se encuentran bordeando la formidable entrada. El monumento tiene un
pórtico de 135 metros de ancho y 70 de alto, sustentado por columnas de 15 metros,
sin incluir las cuadrigas y las alas de la diosa Victoria.
En este edificio está el museo del Resurgimiento,
dedicado a la unificación de Italia. Desde lo alto del mismo se toman
maravillosas fotos de Roma, pero tan solo es permisible llegar a la cima por
medio de los elevadores, lo cual nosotros no hicimos.
Después de estar caminando por unos minutos, nos
encontramos en la plaza del Campidoglio, donde se encuentra los museos
Capitolino, el cual dejamos detrás, pues nuestra visita a dicho lugar estaba
programada para otro día, sin embargo; al seguir nuestra aventura, en un recodo
del Campidoglio apareció ante nosotros una explanada y al fondo de la misma una
iglesia que estaba en un desnivel del terreno, por lo que decidimos coger hacia
otro rumbo, mientras tanto; mi esposa y yo íbamos conversando de Roma, de su
pasado y de su presente.
—Qué te pareció el monumento de Vittorio Emanuele II —me
preguntó.
—Sin duda los hombres que lo
hicieron pusieron lo mejor de sí. No sé si te fijaste en la cima del mismo,
donde las dos cuadrigas dan la sensación de que han regresado victoriosas
después de una ardua batalla.
—Es una de las partes que más me llamó la
atención —me dijo.
—El monumento es maravilloso. Si no lo sabes, quien guía
las cuadrigas es la diosa Victoria —le informé.
PLAZA VENEZIA