lunes, 13 de octubre de 2014

PLAZA NAVONA, ROMA

          Crónica 10
Plaza Navona

Después de nuestra visita al panteón y el encuentro con Pinocho seguimos caminando por las callejuelas de Roma, llevando a nuestras mentes cuanta maravillas se encontraban a nuestros pasos.

Minutos después nos detuvimos y regresamos a otra de las fuentes, pues en el lugar hay tres, la de Neptuno, la de los Cuatro Ríos y la del Moro. ¡Cuál de las tres más bellas!, pero antes de continuar este relato quiero dar a conocer lo que me paso cuando llegamos a la primera de las fuentes:
Ya la tarde había caído y el sol se había escondido tras una de las siete colinas de Roma, por lo que las luces de la ciudad comenzaban a cambiar el panorama, ya no era la Roma del bullicio y de la gente caminando de uno a otro lugar sin saber a donde ir, era la Roma de la contemplación. La Roma del amor. La temperatura era agradable, no obstante mi esposa decidió tomar un descanso, pues muchas habían sido las horas que llevábamos sin apenas descansar, y mucho menos dormir, pues ese día habíamos llegado de un viaje de miles de kilómetros y casi once horas de vuelo, sin embargo, nada nos doblegaba, teníamos que disfrutar cada segundo de cada día en que estuviéramos en la ciudad, por lo que el cansancio no nos impedía seguir adelante. Yo también me tomé un pequeño respiro, a la vez que me concentré en la fuente. Tal parecía que las figuras tomaban vida, era como si tuvieran una fiesta, hasta que una de ellas, me miró y yo quedé hipnotizado, y si esto lo cuento es porque mi esposa me lo contó. —Según me dijo ella, yo comencé a mover los labios y a decir palabras que ella no entendía, sin embargo; al final pudo descifrar lo que me dijeron, según ella, las figuras nos prometieron que nada ni nadie interrumpirían nuestra estancia en la ciudad, que ellas estarían al tanto de nuestra paz—. Según mi esposa, cuando las figuras dejaron de hablar, de inmediato volví en mí, a su vez; las mismas continuaban su juego con el agua que brotaba de sus entrañas. 
A decir verdad, yo no sé si lo que me conto mi esposa fue un hecho real o una imaginación de su intelecto, lo cierto es que en un momento dado, yo me había alejado de la realidad hasta que me di cuenta que teníamos que seguir andando, llegamos a la otra fuente, y allí, los tritones echaban agua por la boca, y los delfines y caballos daban la impresión de que tenían vida. Después de estar contemplando la fuente, nos llegamos a la otra, cuál de las tres más bellas, en todas el hombre se había esmerado para hacer inmortales a las figuras que en ellas se encontraban, y sin duda que lo lograron, pues cuando se llega a la plaza, entre los visitantes y las figuras acontece un clímax total. Al rato de estar sentado en los bordes de una de las fuentes. Nos levantamos y encaminamos nuestros pasos hacia donde se encontraban los artistas pictóricos que exhibían sus obras de arte, nos acercamos a uno de ellos y le compramos nueve pequeñas pinturillas de la Roma antigua, pagando por ellas una bagatela, después continuamos nuestro recorrido y cuando salíamos de la plaza una pequeña briza nos anunció que lo mejor de Roma estaba por llegar, miramos hacia atrás, y vimos las fuentes en todo su esplendor, y a nuestros oídos aún llegaba la música de los artista que nos incitaban a que volviéramos, y sin duda que lo haríamos, pues días después estuvimos de nuevo en el lugar, esta vez no para comprar, si no para dar las gracias a Dios, por tanta bondad para con nosotros, por habernos permitidos compartir la obra de sus hijos. 
Ese día, después que abandonamos la plaza Navona seguimos nuestro recorrido hasta llegar a la parada del autobús 64, el cual cogimos, y al poco rato nos apeamos frente a la plaza de San Pedro. Cruzamos la calle y nos dirigimos hacia un restaurante, nos sentamos en una mesa que estaba en la acera y, degustamos nuestra primera comida italiana, por supuesto; pastas, aunque a media tarde nos habíamos comido un emparedado, de esos que venden por las calles. Después que terminamos nuestra cena nos dirigimos al hotel, al rato nos bañamos y media hora después nos acostamos, pues muchas eran las horas que llevábamos sin dormir, y grande el ajetreo que habíamos pasado, pues entre nuestro lugar de origen, Miami; y el de destino, Roma; hay seis horas de diferencias. A la mañana siguiente ya nos considerábamos romanos, pues Roma también nos pertenecía, por lo que como romano contaré las nuevas aventuras de las cuales fuimos partícipes.

Apuntes de la Plaza Navona
La plaza Navona está considerada como una de las más bellas de Roma, debido a sus tres fuentes: la del Moro, la de Neptuno y la de los Cuatro Ríos, además de tener, esta última, en su centro, un obelisco egipcio. En ella también se encuentra la iglesia de San Inés en Agonía. La plaza tiene una extensión de 240 m de largo y 65 de ancho, siendo su forma elíptica.
En época del imperio, en este lugar estaba el estadio de Domiciano, construido por dicho emperador en el año 83 a.C. fue utilizado para competencias deportivas, en la actualidad aún existe parte de la pista soterrada, la cual se llenaba de agua para celebrar batallas navales, pero en el año 1644, el Papa Inocencio X cambió el aspecto del lugar transformándolo en una elegante plaza.
Las fuentes son obras de dos renombrados arquitectos; Gian Lorenzo Bernini, y Gicacomo della Porta. En 1651, el papa Inocencio X le encargó a Bernini el diseño y tallado de la fuente de los Cuatro Ríos, en el centro de la misma se encuentra un obelisco egipcio. El cual está rodeado por cuatro enormes figuras, representando a cada una de ellas a los cuatro continentes conocidos de la época, entre los ríos están el Ganges, el Nilo, Danubio y el río de la Plata. En la fuente hay tallado un caballo, una serpiente, una anguila, un delfín, un cocodrilo, un león y un dragón. Las otras dos fuentes, la del Moro y la de Neptuno fueron obra de Giacomo della Porta. La fuente de Neptuno se construyó en 1576 y está en uno de los extremos de la plaza. En su centro está el dios Neptuno luchando contra una serpiente, a su alrededor hay varias ninfas. Tanto las ninfas como el dios Neptuno fueron añadidos en el siglo XIX. 
  La otra fuente, la del Moro; obra también de Giacomo della Porta se halla en el otro extremo de la plaza, en la parte sur. En el centro de la misma se encuentre el Moro, sujetando a un delfín; obra de Bernini, el que fue añadido en el siglo XVII. 
El cuatro del septiembre del 2011, un hombre de entre 45 y 50 años golpeo —con una piedra— dos de las figuras de la fuente, dañándola considerablemente, cuya restauración fue costeada por la embajada de Belice. 
Otra de las atracciones de la plaza es la iglesia de Santa Inés en Agonía, la cual se terminó de construir en 1672, fue un encargo del papa Inocencio X al arquitecto Girolamo Rainaldi, quien fue despedido sin terminar la obra, entonces se le entregó a Borromini para que la terminara, sin embargo; años después Borromin renunció, debido a las presiones recibidas, tomando su lugar el arquitecto Carlo Rainaldi.

                                             FUENTE DE LOS CUATRO RIOS


                                                  FUENTE DEL MORO









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